Las Películas Documentales.
Aproximaciones a la Realidad.

sábado, octubre 31, 2009

Festival de Cine de Nueva York: El arte del ensayo y del error

El director portugués Pedro Costa ha acudido al Festival de Cine de Nueva York para presentar su última película “Ne Change Rien”, tras su participación en la Quincena de Realizadores de Cannes. En el año 2005, Pedro Costa dirigió un cortometraje de 10 minutos llamado “Ne Change Rien”, cuyo protagonista era la actriz francesa Jeanne Balibar. Ahora, el director presenta un largometraje con el mismo título en el que la misma protagonista muestra su otro lado, su otra faceta: El trabajo de la interpretación musical.

Ne Change Rien” es una película cuyo propósito es captar la belleza, la dificultad, y la sensualidad del proceso creativo musical, los ensayos, los ritmos, los humores, las técnicas, las limitaciones, el ambiente, los esfuerzos, las repeticiones sin fin, las obsesiones, la magia, como si todo ello fuera algo efímero, algo más propio del pasado. Recuperar la actuación en directo como el gran espectáculo audiovisual de Marlene Dietrich, sola, sobre un escenario, envuelta en un sobrecogedor juego de luces, en blanco y negro. Secuencias largas de ensayos, y clases frustrantes de canto, en las que no sólo se aprecia el esfuerzo diario de los artistas, sino que son una lección de cómo, con un primer plano que dure todo lo que tenga que durar, se pueden decir tantas cosas sobre la personalidad y el temple y la disposición mental de un artista.


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viernes, octubre 30, 2009

Festival de Cine de Nueva York: La acidez melancólica inteligente de las ovejas

El Festival de Cine de Nueva York nos parece un punto de encuentro perfecto para caldear el ambiente ante lo que se nos avecina. Y este año el Festival ha venido cargado de veneno creativo: Todd Solondz, Pier Paolo Pasolini, Marco Bellochio, David Maysles, Norman Mailer, Claire Denis, Jacques Rivette, Manoel de Oliveira, Pedro Costa, Pedro Almodóvar. Pasiones. Pasiones. Pasiones.

Cada edición del Festival de Cine de Nueva York tiene un marcada y diferente personalidad que lo caracteriza. El año pasado, buena parte de las películas seleccionadas eran documentales y, las que no lo lo eran, lo parecían... En esta edición, los programadores, encabezados por Richard Peña, han decidido dar una unidad temática a los largometrajes y los cortometrajes, hacer que sus personajes, sus angustias, sus estilos, sean tan similares que uno no se pueda creer que está viendo películas realizadas en lugares tan distintos y con influencias tan dispares. Una especie de acidez-melancólica-inteligente se ha adueñado del recién reconstruído Teatro Alice Tully, y no ha dejado títere con cabeza. ¿Qué les ha pasado a los programadores del Festival?, se preguntan en el periódico “
The New York Times”. ¿Es que están todos depresivos y necesitados de medicación? Depresivos o no, lo que es cierto es que las películas de ficción y de no-ficción de este festival no desenfocan sus planos ante los temas políticamente incorrectos, o ante el sexo, o ante la sangre, o el racismo, o el abuso capitalista, o la libertad que permite a experimentados y longevos cineastas reírse de sí mismos salpicando sinrazón al hacer cine. Como ha habido de todo y más, vamos a empezar con una película que honra la tradición antropológica.

Si alguien me hubiera dicho hace un par de semanas que me iba a quedar asombrada ante la brillantez de una película documental sobre ovejas, hubiera dicho, como es lógico: “¿Pero qué dices?, ¿estás loco?!” Pues, créanme, porque “Sweetgrass”, que se ha presentado en el Festival de Nueva York, es sencillamente fascinante por su sencillez e inteligencia. Como la última historia de los últimos cowboys del Salvaje Oeste, pero con balidos, y con personajes que, de naturales y auténticos, recuerdan a los más excéntricos protagonistas de las películas de
Werner Herzog. A propósito, que Herzog también ha dado la voz, literalmente, da su voz, a uno de los cortometrajes del festival, nada menos que a un cortometraje cuyo protagonista es... una bolsa de plástico... (“Plastic Bag”, Ramin Bahrani). ¿Y qué hemos aprendido de todo esto? Pues que de hasta algo tan pequeño e insignificante como una bolsa de plástico o un rebaño de ovejas se puede hacer una espléndida película.


Y seguimos con “Sweetgrass”, una película documental con la que se me plantea el mismo reto que con la alemana “El gran silencio”, la película dirigida por Philip Gröning en la que se retrata la vida de los monjes Cartujos en un monasterio en mitad de los Alpes franceses. Una película en la que el objetivo era captar la meditación, la vida austera, el silencio. Y “Sweetgrass”, al menos durante su primera hora, no incluye diálogos, sólo el ruido de la naturaleza y de las ovejas. Sus directores son Ilisa Barbash y Lucien Castaing-Taylor, y Lucien lo explica así: “Antes de que tuviéramos los subtítulos en alemán y en francés, pensaba que habíamos hecho una película no verbal, y de repente tenemos transcritas quince páginas llenas de palabras. Pero las palabras, que se utilizan tanto en academias y también en documentales, son también superficiales, de alguna manera. Nos interesa mostrar aspectos de experiencias que son, en su esencia, no verbales. Y además encontramos afinidades entre seres humanos y animales que elegimos contraponer de manera que vemos cómo conducimos nuestras vidas y nuestras conductas. Así que decidimos introducir a humanos en la película de una forma lenta. Primero la naturaleza, la nieve, el viento húmedo, el invierno. Después, estos bizarros animales a los que llamamos ovejas. Y al final los humanos. Y el primer humano que vemos es el tipo encargado de liderar las ovejas, el esquilado, las crías, que en realidad lo que hace es emitir sonidos de llamada, sonidos guturales, sin otro significado. Es como un ritual irlandés, en Gaélico, en mitad de Montana. Así que no es un lenguaje basado en la composición. Y luego vemos cómo cortan la lana y más que lenguaje es una comunicación más profunda. Y al final los hombres hablan entre ellos, y bromean, y se confiesan. Lo que intentamos es que las palabras sean el fondo del lienzo, y crear la tensión entre lo impresionante del paisaje, la decaída, rural, bucólica Arcadia, y la realidad de lo que es vivir allí, la respuesta estática al paisaje, el estrés de todo el trabajo que tienen que hacer. Y cuando los personajes se vienen abajo, entonces es cuando aparece el clímax de la película, algo que pasa delante de la cámara y que incluso es inusual para un documental”.

Sí, la experiencia que provoca ver una película como “Sweetgrass” está aún más enfatizada por la belleza de los inmensos paisajes que no estamos ya tan acostumbrados a ver. Y todo empezó así. Lo cuenta la directora
Ilisa Barbash: “Habíamos oído que había un ranchero en Montana que fue la última persona que dirigió ovejas en esa particular área, hacia las montañas, para el pasto durante el verano. Supimos que su familia había estado haciendo esto durante cuatro generaciones. Y esta persona comentó que el ranchero había dicho: ‘Alguien debería hacer una película sobre mí’. Esa persona se tomó en serio el comentar esta necesidad y, al final, la historia llegó hasta nosotros. Entonces vivíamos y trabajábamos en Colorado, con nuestra familia, enseñando en la Universidad, y estábamos interesados en hacer una película sobre el Oeste, y esto parecía perfecto. Fuimos allí en marzo para encontrarnos con la familia, nos trasladamos allí justo antes del 4 de julio, y nos quedamos allí ese verano y volvimos los otros dos siguientes para filmar”.

Terminada en febrero de 2009, “Sweetgrass” es una película que pretende encontrar la tensión entre subjetividad y objetividad, entre intimidad y distancia, grabar lo que ocurre en cada momento para alcanzar una metafórica trascendencia en el tiempo, lo que requirió de un importante esfuerzo en la producción.
Lucien Castaing-Taylor: “El proceso llevó mucho tiempo. Grabamos 200 horas de película. Si alguno es director de cine se habrá dado cuenta de que esto es una infinidad. Es casi imposible casi tan sólo visionar las 200 horas. Nos trasladamos a Boston dos veces cada año, con lo que supone esto para el trabajo. La semana pasada terminamos una instalación con piezas que grabamos durante esta época, que vienen de esas 200 horas, pero que son completamente diferentes a las imágenes que componen la película, y además hay una serie de fotografías sobre el tema realizadas durante los últimos 7-8 años. Así que todo el proceso supuso un esfuerzo monumental”.

Durante todo este tiempo, la historia de “Sweetgrass” cambió de punto de vista y se convirtió en una película..., aburrida a veces, sí, y otras sorprendente, otras difícil de ver por una extraña, inquietante, violencia, otras tierna, otras tremendamente divertida, siempre inteligente y aguda.
Habla Ilisa Barbash: “Cuando empezamos por primera vez a observar a esta comunidad, nos concentramos más en el paisaje y en los problemas que rodean el uso del terreno del campo. Sabíamos que había cierta tensión en la zona porque esta gente tenía un permiso para adentrarse en las montañas y alimentar a sus ovejas a cambio de relativamente nada. El permiso no costaba apenas nada. Ellos estaban distorsionando el paisaje, de alguna manera. Así que al principio había concebido la película como una especie de debate sobre el uso del campo en el Oeste. Y eso es en lo que estaba centrada mientras filmaba. Hay una mina allí que no sólo está en el mismo lugar en el que trabaja esta gente, sino que también es el lugar donde se ha trasladado un buen número de urbanitas con mucho dinero, gente de Hollywood que ha comprado propiedades allí. Así que cuando Lucien volvió con su parte de material, lo visionamos todo y pensamos que sería mucho más poderoso mirar cómo esta gente se desenvuelve en la vida, en medio de este paisaje, más que realizar un debate intelectual sobre lo que la gente allí debería o no debería hacer. Así que nuestra perspectiva cambió”.

Y para hacer posible que en la película se viera el contraste, la fuerza, y la realidad de la vida del día a día, el equipo de “Sweetgrass” tuvo que planear con cuidado la técnica a la hora de filmar. Lucien Castaing-Taylor: “Grabamos en vídeo, vídeo digital. Utilizamos una cámara muy grande, no realmente de las que se califican como profesionales, pero bastante más grande de lo que la gente suele utilizar ahora. Siempre trabajé con un arnés en mi espalda para sujetar la cámara durante unas 18 horas al día, desde que me despertaba hasta que me iba a acostar. Pasó a formar parte de mi identidad. Una de las cosas en las que estábamos interesados, como es propio del documental o al menos del cinéma vérité, es que queríamos hacer una película que permitiera a la gente mostrarse a sí misma cuando no está activamente actuando, de una forma consciente, para una cámara. Queríamos que la gente asimilara que nosotros estábamos allí, que estábamos interesados en cómo ellos vivían sus vidas, en modos que no pueden ser reducidos a una actuación debida a la presencia de una cámara. Dependiendo del año, además, llegamos a utilizar ocho microfónos inalámbricos. De hecho dedicamos más tiempo y dinero del previsto para pensar sobre el sonido. Con estos micrófonos, la gente podía estar muy lejos de la cámara, del receptor, mientras grababa el paisaje alrededor, pero teniendo al mismo tiempo una alta calidad del sonido de lo que ellos estaban haciendo al mismo tiempo. Quisimos encontrar un modo diferente de ecualizar la relación entre sonido cambiante e imagen estática, entre la acústica y la perspectiva óptica. Y eso proporcionó un alto grado de intimidad con los personajes”.


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